Óleo sobre lienzo
89,5 x 71 cm
Representación de la Sagrada Familia, en la que aparecen en primer término la Virgen con el Niño en brazos sobre el regazo, recogido en un amplio y voluminoso manto azul. El cuerpo del Niño, dormido, realiza un escorzo y supone una clara intención naturalista del artista, con una representación ajustada a la realidad.
La figura de San José queda en un segundo término, e incluso la cabeza de la Virgen proyecta sombras sobre su rostro. El cuerpo del Niño y la cara de San José describen una de las diagonales que domina la composición. La otra diagonal la conforman las caras de la Virgen y el Niño y la mano izquierda de la Virgen. El grupo aparece recortado sobre un fondo neutro sin valoración lumínica.
La obra tiene sin duda un modelo original del manierismo italiano, si bien lo más probable es que la copia se realizara sobre modelos grabados. Los contrastes lumínicos y la abigarrada composición hacen pensar que se trata de una copia realizada en un taller italiano pero ya durante las primeras décadas del siglo XVII.
Algunos aspectos del grabado de Agostino Carracci de 1597 [fig. 1], son trasladados por el anónimo artista a la composición definitiva. Especialmente la composición de las figuras, la Virgen sentada y sosteniendo al Niño en el regazo, elevando su mano derecha y sosteniendo su propio manto en el que envuelve al pequeño, aunque en la pintura definitiva la posición de la mano pierde sentido al prescindir el artista de la prolongación de la tela.
La figura de José, como un anciano y en segundo plano, siempre reflexivo, ya había sido consolidada desde las primeras representaciones de la Sagrada Familia o de la Epifanía.
Sobre el grabado de Hendrick Goltzius, de 1589 [fig. 2], probablemente el pintor haya podido inspirarse para componer las figuras con una proximidad de la que carece el grabado de Carracci, al igual que la posición del Niño sobre el regazo de la Virgen es más cercana a la obra del grabador alemán, sin duda más naturalista y menos estatuaria que la del italiano.
Esta práctica de inspiración sobre modelos grabados es muy frecuente en el arte europeo de los siglos XVI al XVIII, ya que facilitaba a los artistas por un lado la corrección iconográfica, es decir la adecuación de la representación de las escenas de la vida de Cristo y de los santos a lo prescrito por la Iglesia, y por otro lado les dotaba de herramientas artísticas de composición e iluminación que no era frecuente dominar en núcleos artísticos secundarios.
Concretamente la pintura andaluza del s. XVII, como estudia el profesor Navarrete Prieto, se distingue por el excepcional uso de los modelos grabados que circulaban en amplios repertorios durante la época, artistas como Zurbarán, Murillo o Cano emplearon esos modelos con frecuencia y éxito.
La obra fue adquirida en el mercado del arte por el pintor Julio Visconti, y en el bastidor conserva la inscripción "Sr. Olabarria", que seguramente esté en relación a su anterior propietario. Probablemente alguna restauración anterior haya provocado la pérdida de parte de las veladuras que se le supone a una pintura de la calidad artística que posee este óleo.